martes, 30 de agosto de 2016

JUNIO 2 - Lunes 10, 10:38 am


"Los  hechos y/o personajes de la obra "JUNIO" son ficticios.
Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.


"JUNIO"   2 

Ciudad del Este, lunes 10; 10:38 am 

Apuntes de Nikita Artemiev


Salí del Banco Provincia  disparado por una patada en el culo y bajé trastabillando la gran escalera de 15 escalones de mármol blanco.  

El día estaba sucio, surcado por remolinos de arena y tierra, y  la gente  parecían tener  pintados, los anestesiados rostros, de gris ceniza.

El viento me cortaba la cara con una navaja, sentía frío,   transpiraba, temblaba y me faltaba el aire.

Las calles  eran molestas, ruidosas y los autos circulaban en manos de conductores  caprichosos: no respetaban ninguna de las leyes de transito y tampoco había quien se las haga respetar. Todo era peligroso en la Ciudad del Este: los arrebatos de las carteras a las viejas, el robo de celulares a desprevenidas pendejas y otras acciones delincuentes mayores, ademas de suicidios, feminicidios y todo tipo de transgresiones al código penal. Como sea, nadie le daba pelota  y la cosa se arreglaba por designios divinos.  
Los gritos de todos,  se mezclaban con corridas de quien sabe de donde, porque y hacia donde.


Crucé  entre los autos hasta la Plaza Independencia  y  caminé agitado fumando por la diagonal. 
¡Joder! Nuestro General montaba un caballo encabritado blandiendo la espada: defendía la Iglesia de la Inmaculada, al Departamento de  Policía, al Club Social, el Centro Cívico y al Colegio Histórico fundado por otro General del siglo XIX.

Había salido antes del amanecer y en el  banco exhibí frente a Gargano toda la gama vergonzante  de inseguridad y servidumbre. Todo lo malo y conflictivo que tenía con el banco, eran asuntos míos, acciones propias, actos provocados por mi conducta y sin embargo, parecía incapaz encausar el curso que había tomado mi vida. Para nada estaba satisfecho.

Caminaba  cuando la alarma de un auto estacionado empezó a molernos los oídos  los agudos pitidos y otras porquerías sonoras electrónicas. 

Intenté que no me afecte con rezos, mantras y respiración, pero la alarma del “Passat” activada en el estacionamiento de la calle Artigas  me había llenado las bolas y me empujaba  a comprar un bate en Corazza Sport y moler  el “Passat Volkswagen” a batazos. 
Se vería que el ruso se volvió loco,  porque el pitido estridente de la alarma no parecía afectar a nadie. ¿Dónde estaba el dueño para  desactivar la alarma?  El dueño oía que se había activado   y no parecía que valiese  el esfuerzo de levantar el culo y desactivarla. Era problema del seguro "San Cristobal"


Me senté en el banco de la plaza: estaba asustado ¡Joder! Pasé años de vida arrastrando el culo por el piso del Banco y  me quede seco, sin nada: solamente el Chevy amarillo y la burla de Gargano “Tenés que morder más alto: ¿Qué te parece un Focus,  un Megane o mirá lo que te digo ¡Un Picasso! Para vos que andas en la Cultura y el Arte” Se rió toda la oficina, hasta el tuerto  de los mandados con los anteojos culo de botella y la gorda con el delantal azul y un lampazo en las manos con guantes. Me pesaba ser tan pelotudo, tan poco preparado para correr en el pelotón. Siempre atrás, muy atrás. Solo se veía una manchita de mierda en el camino. 

--- Nik – escuché la dulce voz de Eva sobre mi cabeza. Levanté los ojos.  Eva me sonreía y yo sentí cómo me derretía. 

Eva tenía el cabello rubio,  largo y hoy lo lucía con una cola de caballo inquieta a cada movimiento de la cabeza; tenía  ojos azules, labios rojos y carnosos. 
Eva regresaba de la clase de Yoga que nos instruía una profesora viejita, como una rama de cerezo florido.
 
Llevaba puesto un suéter negro grueso holgado    con capucha, tenía  dibujado  dos jirafas de largos y delgados cuellos blancos y la marca impresa: Giraffe Style, una mini pollera suelta  de cuadros negros y blancos sobre una calza negra y los pies los adornaban  zapatillas blancas.

--- ¿Qué tal la clase de Yoga? ¿Me perdí algo? – dije.
Eva se rió.
--- Seguimos  con el mantra OM AH HUM pegados a la versión en You Tube de Tina Turner y Children Byond ¡Cada vez   mejor! Hoy repetimos el mantra como 109 veces ¿Qué te parece Nik? ¿Por qué no fuiste? -- dijo.

¿Qué podía decirle? En cualquier lugar que estaba con Eva, me sentía sin fuerzas y caía a sus pies, de tan bendecido me caía su resplandor. Eva me envolvía en el   perfume de su piel y la esencia  que usaba: Joy de Jean Pateau, una combinación de rosas y jazmín, que me embriagaba. 

Tal era nuestra comunión, que al terminar las clases de Yoga, nos metíamos en una habitación para cambiarnos. La enseñanza de la instructora, la viejita, seca como rama de cerezo,  consistía en que no teníamos que ocultarnos uno del otro y que los cuerpos de hombres y mujeres eran iguales de hermosos y formaba parte del universo: invitaba a la clase cambiarnos  juntos en la misma habitación. Todos terminaban en minutos, incómodos y  salían corriendo sin despedirse.

En cambio yo,  me sentaba en la silla y  esperaba a Eva mirándola lo que tardase. La miraba extasiado; tenía piernas largas, tersas, bronceadas y torneadas y tobillos que me hacían saltar la térmica cuando se calzaba los zapatitos de finos tacos alto.


Le sacaba fotos con el celular mientras ella se reía o se ponía en pose y  nos besábamos  como jugando   para una selfy. Todo estaba en mi celular.

¡Eva!  ¡Eva! y estaba con ella en la Plaza Independencia, pero el chillido de la alarma del Volkswagen Passat me tenía limpiándome el culo con papel de lija y hacia un esfuerzo de  puta madre para estar con ella, sonriendo como si no me afectara.

Conocí a Eva por Freuke, mi esposa. Las dos venían de la Villa de los Alemanes del Volga. Doce años atrás, Eva había sido la Reina del concurso anual que representaba a la comunidad y Freuke, resultó ser una de las diez princesas.

La bandada de pájaros de la plaza, revoloteaba alborotada por la tormenta  que se nos venía y el viento barría las  nubes grises  cubriendo el cielo de tonalidades  negras.
--- ¿Vamos a tomar un café? – dije.
Eva me miró.
--- Con Papa Luigi en el pueblo no se puede. Es un hombre imposible y violento.
Asentí triste con la cabeza. 
Eva me pasó levemente los dedos por la frente mojada.
--- Nik  ¿Estás mal? ¿Te pasa algo?
--- No es nada – dije. 


Una ráfaga de viento con partículas de polvo nos envolvió. Eva giró la cabeza y yo miré al suelo de grava roja.
Pasado el remolino me acerque tembloroso para abrazarla, pero a ultimo momento tomé el desvío.
--- Me quedé sin cigarrillos – dije.


Eva me ofreció un atado, agarré uno, lo encendí protegiendo la llama del encendedor con mi mano entre la suya. Aspiré el humo hasta lo más profundo de mis pulmones y la  miré.

Tuve ganas de llorar ¿Qué podía hacer?   Me recompuse tosiendo y sonreí lo mejor que pude.

--- Está todo bien – dije.
 Eva me miró intrigada, pasó suavemente su mano por mi mejilla.
--- Tenés descuidada la barba – dijo.
Sentí un impulso irrefrenable en retener su palma con mi mejilla inclinando mi cabeza como un perro.
Eva sonrió.
--- Cuidate – dijo.

Nos dimos un beso, cachete con cachete,  y la vi alejarse por la diagonal de la plaza, cruzar la calle y desaparecer. 


Caminé hasta  el multirubros "Tartagal", compre cigarrillos, Alka Setzer y Beldent para matar mi aliento  y crucé al desierto  "Bartolo & Clemente".
Me senté delante de un café y volqué el sobre de Alka Setzer en el vaso de  agua.

Estaba de la chingada, me dolía hasta el culo, sabía que persuadir a Freuke para que firme el papeleo en la escribanía de Bacigalupo, sería otra de las feroces peleas que tenía con mi mujer. 

Me decía que todo en mí eran escombros “¿Por qué?” “Seguramente por boludo, Nik"  Mis caminos en la vida son inciertos, equivocados, de reflexión tardía. En lugar de tomar a la derecha, doblo a la izquierda y un año, dos o cuatro años después,  me percato  que no era esa la decisión correcta”

Moví la cabeza.
---  Tarde, siempre tarde – murmuré.
Prendí otro cigarrillo.

Se sentó Carbone: mi peso del casi único comprador de libros.
--- ¿Qué tenés que decirme? -- grité.
--- ¡Escuchá!
Carbone prendió el celular y me lo acercó.

--- "En Entre Ríos se hallaron en un monasterio de "Las Carmelitas Descalzas" monjas sometidas a un sistema medieval de  torturas físicas: silicio, latigazos, platos de comida vacíos, celdas" 

Fin del sonido. Carbone manipuló el celular y me mostró las monjas  llenas  bendición divina. 


--- Escuchá Nikita lo que te digo: dos días después dos monjas dijeron "Somos felices  y rogamos que nos dejen  de molestar" ¿Qué te parece? Como se dice "El mondongo tiene fibra, proteínas y es rico ¡Coman mondongo que es barato para el que trabaja!
Nik le gritó.
--- ¡Se están riendo!
--- Están y son felices. 

Carbone apagó el celular y creí que eso era todo. Pero no pude levantarme, porque mi contertulio  tenía en la mano una hoja arrancada al diario Página/12 y estaba dispuesto a leérmela. 

Miré angustiado al mozo, le hice señas y cuando el nabo se acercó, le pregunté si sabía de quién era el Volkswagen Passat con la alarma encendida. "¡Hace dos horas hermano!" grité. Pero el mozo se encogió de hombros y regresó a su lugar en la barra. 
Para molestarlo, lo hice venir otra vez y pedí ginebra.

Carbone desplegó la hoja del diario y antes de leer me preguntó.
--- Nikita ¿Vos coges todos los días?
Nik lo miró azorado, Carbone se rió.

--- Escuchá Nikita: "El arzobispo  criticó los "records notables de señoritas (...) que cambian de 'novio' cinco o seis veces al año", calificó de "vicio" a las relaciones sexuales libres y sostuvo que "la 'igualdad de género' permite otras combinaciones, antinaturales". Héctor Aguer sostuvo que hay un "negocio del anticonceptivo" e indicó que hay una "cultura de la fornicación" que, entre otras cuestiones, hace que "la finalidad procreativa del acto sexual" sea "frecuentemente bloqueada, de modo expreso, intencional, en las fornicaciones ocasionales" (...) ¡A coger todo el mundo!” dijo y  criticó el "petting (contacto erótico sin llegar a la consumación del acto sexual) descontrolado en lugares públicos" y habló de una "banalización del sexo” que “comienza cada vez más temprano”.



Condenó la “fornicación contra natura, ahora avalada por leyes inicuas que han destruido la realidad natural del matrimonio”, señaló que existe una “discriminación de los antidiscriminadores" y rechazó la adopción de niños por parte de matrimonios igualitarios "
Sin escuchar más las quejas bíblicas  de Abel Carbone, con el morral al hombro, salí corriendo sin pagar el café y las ginebras: era un precio justo. Carbone se había tirado de la silla para agarrarme de la campera, del morral, pero corrí espantado como una liebre afiebrada.

¡Corbone me había tenido estoqueado. Y si lo perdía como comprador de libros ¡A joderse pinche cabrón!

Salí del Bar "Clemente" como llevado por el diablo, volví a cruzar la plaza y caminé doscientos metros por la solitaria calle 14.


La librería “Pushkin” estaba cerrada como todos los negocios del pueblo.
.
 A la una de la tarde; comenzaba  la parálisis de actividades en  la Ciudad del Este y en  la provincia. Era la hora de la "solapa", del hombre de la bolsa que buscaba a los niños 150 años atrás. "Solapa" venía en ayuda de los mayores, para que los pendejos no hagan ruido durante la sagrada siesta. Pasan los años y "Solapa" quedó vivo en la "Yayas" las "Bobes" y todas los demás que guardan la costumbre como ley y hoy son igual que ayer:  se meten en sus cajitas, cierran  la tapa y se quedan  quietecitos en el estante.

Entré en "Pushkin". El peso del silencio me atrapó como si me hubiesen sepultado tres mil libros.

Revisé la caja: no se había vendido ni una fotocopia. ¿Qué mierda había echo Lola y  Emilia? 

Putee por costumbre mientras subía al entrepiso donde tenía un escritorio, un sillón, la PC y estantes de libros.

Libros que había comprado para vender y que en el momento de hacer los pedidos a las editoriales, sabía que no los exhibiría en la vidriera, ni en los estantes: me quedaría con "mis libros"... esa fue mi ruta, más los gastos de Freuke y los chicos. La abeja reina dispuso de mí a su antojo... y seguí  predestinado a  perder los bienes materiales en el papeleo de la escribanía del banco.

Estaba mal: la sensación de ahogo hizo que boquee como un pez fuera del agua, sudaba como un condenado llevado a la silla, me sacudía con temblores que me dejaban exhausto y me partía el dolor de cabeza. 

Me mataba la alarma del Volkswagen Passat que todavía estaba activada. Esos chillidos me crispaban y quería matar al municipio, a los inspectores y a todo el mundo que hacia de mi vida un infeliz. 

Pegué los ojos a la pantalla de  la compu. Quería descubrir quien fue el hijo de puta que inventó el sistema. No había nombres pero sí la descripción cómo funcionaba esta máquina electrónica de tortura. 
  
La mayoría de alarmas modernas constan principalmente de los siguientes elementos: Una serie de sensores que pueden incluir interruptores, sensores de presión y detectores de movimiento  Una sirena, que frecuentemente dispone de una variedad de tonos con los que podrás diferenciar el sonido de tu coche.  Un receptor de radio para permitir un control inalámbrico desde la llave o mando…

¿Por qué no  usas la llave hijo de puta?”, grité.

Una batería auxiliar que permite que la alarma pueda funcionar con la batería principal. Una centralita que monitoriza cada acción y que hace saltar la alarma y los sonidos.

Me acosté en el suelo, sobre la raída alfombra, arrollado con las manos enlazando las rodillas pegadas al pecho.


Escuchaba la alarma de pitidos, silbidos y largos chillidos electrónicos del “Volkswagen Passat” y mientras me dormía unos minutos, murmuré sabiendo que se me venía una pelea de fondo "La concha de tu madre Freuke Ágata von Franze", murmuré.

FIN
Relato 2

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SEGUIMOS  EN  CURSO


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TE  PUEDE  INTERESAR


¡Una mañana de mierda!  Me cagué de frío trotando por las calles desde el departamento de mi suegra hasta el Banco Provincia.  Apenas salí a la Avenida Brasil puteaba por no venir en el Chevy amarillo. Y no salí en el auto porque me dije “Nik ¡Ejercicios matinales! ¡Caminar!” Un pensamiento  pelotudo porque   la ventosa y gélida madrugada,  me arrancaba lágrimas  y había dejado de sentir la nariz. Tenía el  pelo  y la barba  erizados. 

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martes, 23 de agosto de 2016

JUNIO 1 - Lunes 10, 6:58 pm

Ciudad del Este: junio, lunes 10; 6:58 pm.




"Junio" es una obra de ficción. Cualquier parecido con nombres, apellidos, circunstancias, situaciones, diálogos es  coincidencia y casualidad.


      Ciudad  del  Este, lunes 10; 6:58 am.

  

"Apuntes de Nikita  Artemiev"


¡Una mañana de mierda!  

Me cagué de frío trotando con mi morral gastado por las calles desde el departamento de mi suegra hasta el banco. Apenas salí a la Avenida Brasil,  puteaba por no venir en el Chevy amarillo. 

No salí en el auto porque me dije que me vendría bien hacer ejercicios matinales y me vendría bien caminar. Un pensamiento  pelotudo, porque   la ventosa y gélida madrugada,  me arrancaba lágrimas  y había dejado de sentir la nariz. Tenía el pelo  y la barba  erizados. 

¡La concha de tu madre Nikita con tus ejercicios matinales!


Llegué al Banco Provincia y me metí en la cola. Después de una hora parado, cambiaba el peso de pierna en pierna, pegado a la pared de granito, entre un puñado de gente asustada, esperanzada o cagada como yo y, todos, obedientes a la hora de pagar y pedir autorización al gerente que te largue unos mangos para salvar el cuello por un día.

Saqué del bolsillo  de la campera inflable colorada el “Cubo de Rubik”:  necesitaba fijar el pensamiento  sobre el rompecabezas de  colores: juntar un color en 3 líneas horizontales y 3 verticales por cada lado... bah, ya se sabe como es. 
Prendí otro pucho.


Tenía las manos amoratadas por el frío y me temblaban, de tal modo que eran inútiles para dar vuelta cada lado del cubo. Por otra parte tenía la mente dispersa girando sobre el motivo del  urgente llamado del banco a que me presente hoy.

Ni bien se abrieron las puertas de hierro, la ordenada fila se rompió y corrimos empujándonos a guardar el sitio en  cola de espera vigilados por cámaras y  la seguridad física de la tropa del banco.

Y acá estoy  ¡Por fin dentro del Provincia! Un monumento a la guita.   Mármoles, granito, columnas talladas,  y pisos espejados. Estoy inmóvil, sentado en un banco de piedra esperando con la boca seca, que me atienda el gerente. 

Para cuando Gargano me llamó,  tenía el culo duro, el cuerpo entumecido y la mente amansada por las  dos horas sin moverme ni para mear, para no perder la posición.

Eran las diez pasadas y había gastado la carga del celular dándole instrucciones a mis dos empleadas de la librería “Pushkin”: Lola, la encargada y su ayudante  “Emilia”.

Entré en la oficina privada y  me senté delante del gerente Gargano. 
Gargano era un amigo de salidas con nuestras  parejas al comienzo de nuestra amistad muchos años atrás: Gargano, con su mujer Betty y yo con la mía, Freuke Ágata. Nuestras divertidas salidas nocturnas se limitaban a morder y masticar alguna vaca tirada a la parrilla, después nos íbamos cantando  al  Viejo Almacén y seguir ladrando con la orquesta de tango local y, siempre,  hablando de pavadas entre café y coñac y,  finalmente, nos  prodigábamos afectuosas despedidas con abrazos y besos, bien entrada la noche.

Estas alegres salidas fueron raleándose a medida que entré en guerra con Freuke hasta que,  cinco años atrás, se terminaron las salidas. Mi pequeño mundo se redujo solamente a Freuke,  el fin del  sexo, el raje de la cama de matrimonio y solo quedó el techo que nos cubría, con los  malos tratos y peleas sin fin.

Gargano  me recibió con un autito de dos centímetros al cual le daba cuerda y la mierdita china hacía ruido, se paraba sobre dos ruedas, daba vueltas y emprendía una veloz carrera en círculos hasta agotarse.  
--- Es un juguetito que me tranquiliza. – dijo con un apretón de mano sin levantarse – No sabes cómo te agradezco el regalo de este escarabajito rojo. Escucho tantos divagues de la gente, que si no tuviese este juguete a cuerda   tendrían que internarme. ¿Qué te parece Nik? -- se rió.

Pensé rápido en algún chiste para entrarle canchero a la entrevista y lo único que tenía para decirle riendo que necesitaba que el Banco me preste unos mangos.

Gargano, muy calmo, le dio cuerda al minúsculo autito sin mirarme,  y se  rió como un bobo mirando como disparaba,  se paraba sobre sus rueditas, caía hacia atrás, se recuperaba y daba vueltas como un trompo.

Gagano, preguntó sin mirar.
--- Nikita ¿Qué te trae por acá?
--- Ustedes me llamaron.  – dije.
Me sequé la nariz, tosí.

Gargano  me miró y sacó una carpeta de las que tenía apiladas a su derecha.
---  Yo no te hubiera llamado – dijo riéndose.
Abrió la carpeta, miró un segundo. 
--- Estas en rojo -- dijo.
--- Siempre estuve en rojo -- dije resentido.
--- Y en rojo vendiste tu casa de William Morris, un Ambassador 69, cuatro hectáreas en Arroyo Chico, creo… creo… si acá está: Freuke Agata solidaria, te levanto un muerto con la parte de una casa heredada en Gral. Monte ¡Acá esta todo! -- dijo.
Le dio unas  palmaditas a la carpeta de mis antecedentes, después me la deslizó sin dejar de  sonreír. 

Recibí el Veraz  como si  fuese de otro cliente del banco y no mí  expediente.
Cabecee  riendo confianzudo.
--- ¿Esta vez, qué puedo hacer? – dije.
Gargano me miró.
--- No se,   decíme Nikita, escucho – dijo.

El gerente volvió a darle cuerda a la mierdita roja.
--- ¿Qué te parece?
Creí que me hablaba del autito a cuerda y lo esperé.
Levantó la cabeza
--- ¿Y? -- dijo. 
Me miró. 
--- ¡Es deuda con el Banco! ¿Te das cuenta que es muy serio?   ¡Estás en el horno boludo! ¿Qué pasó, Nik?
Me encogí de hombros
--- Gastos amigo. Libros, Best Sellers, reposición... compras de stock, el contador, el monotributo, impuestos, servicios y las cuotas  de Freuke y los chicos  ¡Ni gente compra mucho con la tarjeta!
Gargano me miró serio.
--- ¡Muchos gastos, Nikita! El sueldo de dos empleadas ¡Dos empleadas para lo que tenés! …¿Por qué una librería Nikita? ¿Quién lee?


Gargano me tenia agarrado de las bolas, apretaba como un hijo de puta y sonreía.
-- ¿Hablaste con el contador? -- dijo.
---  Dice que es mi problema.
--- Tiene razón ¡Si señor, el contador tiene razón!
Le dio un golpe de atención con la palma sobre el escritorio.
--- Bueno… veamos --  dijo mirándome a los ojos – Hoy, tenés que borrar el rojo de tu cuenta ¡Ese es un problema! Si  hoy no hay solución te quedas sin tarjetas, sin chequeras, sin crédito… fuera del sistema ¡Un nadie sin dignidad!
Los ojos de Gargano brillaron y rió detrás de los bigotes anchos y los anteojos con montura negra.

En el escritorio del banco, Gargano  rodeado de sus pinche empleados,  pareciera decirme que  no entiendía la gravedad de mi caso. 
--- Garantía, necesitas una garantía física ¡Ese es tu problema! -- dijo.
Volvió a clavarme los ojos de búho detrás de los anteojos. 

--- ¿Sirve el Chevy amarillo como garantía? -- dije.

Los ojos de Gargano brillaron y rió detrás de los bigotes anchos y los anteojos con montura negra. 
Se estiró en el sillón.

--- Nikita Artemiev tenés que levantar la vara para tu ambición ¿Por qué no tenes  un Gol Power, un Megane, aunque sea un Clio o un Ford Focus? Mejor aún, vos que andas en la Cultura y el Arte ¿Por qué no un Picasso de Citroën? –  miró a sus empleados calculando el efecto del chiste.

La oficina explotó en una desbordante jarana reprimida: rió el secretario,  la mujer de la izquierda chilló y se tapó la boca, rió el flaco que esperaba con una pila de carpetas, rió la gorda que sacaba fotocopias, rió el tuerto de los mandados, yo reí como un estúpido.

 --- ¡Un Chevy! ¡Seamos serios! – dijo Gargano.

Nos miramos y noté que mi cuerpo se tensó de miedo. Empecé a temblar y probé disimular con un cigarrillo, pero Gargano me hizo un gesto que no se podía fumar en el Banco,  giró el sillón y se puso de costado mirando un punto indefinido de la angosta ventana de vidrio polarizado. 

--- Tenes el terreno con la casita que estás construyendo en la calle Patria Grande de Las Lomas – dijo lentamente sin darse vuelta.

Reaccioné malherido, indignado y  tartamudee con voz ronca.

--- Gargano, el Banco  fue comiéndose pedazos de mi queso poco a poco mientras los miraba impotente ¡Se lo comieron todo! Me dejaron con el culo al aire  ¿Quieren más?
--- No te quejes Nikita, es tu culpa, haces mal las cosas con las consecuencias a la vista. Ahora tenes  que pagar– suspiró el gerente.  
Me dolía la cabeza y me ardía el estomago.
Sin mirarme, Gargano  movía los pulgares en círculos. 
--- ¡Nik, abrite al mercado!

 “¿Qué mierda  es abrite al mercado? ¿Qué dice este boludo?” 

Sentí que las axilas chorreaban un asqueroso jugo pegajoso   ¡Qué íntima vergüenza! Las bolas transpiraban como si estuviese meado y  tenía toda la ropa y los calzoncillos pegados a la piel que exudaba feo. Tenía miedo.

Para salir del ahogo, me sumergí en un estado de borrachera seca: había puesto mi mirada en "Un se supremo"  "Cuando se enderece la economía ahí quiero verte Nikita", me decía. Flotaba envuelto en la autosugestión , me convencí que a corto tiempo lo que el banco me fue quitando lo recuperaría Todo va a estar bien”, pensaba. Me decía que  lo que el banco me arrebató lo volveré a comprar: la casa de William Morris, el Ambassador… le devolveré la parte de Freuke para que me deje de hinchar las pelotas... y el terreno con la construcción de nuestra casa, que hoy la voy a entregar bajo protesta. Pero cuando la recupere construiré un caserón entre árboles frondosos, tendrá piscina, parque con árboles frondosos, monos saltando de rama en rama, flamenco, papagayos  ¡Mierda! me voy a traer a toda la puta selva amazónica  al terreno de Las Lomas. les haría cavar a los negros un lago artificial y echaría un barquito para navegar con  amigos: Whisky en una mano, en la otra un Montecristo de 23 cm y grueso como mi poronga  y vería retozar a mis hijos con todo lo que ahora no les puedo dar. 


Me había perdido en un extraño  universo de oscuros designios y fantasías que quería  terminar de una vez, salirme de tal sensación de sufrimiento y le dije a Gargano "Está bien, ejecuten la casa" Y no tuve que sufrir más y no sentí ningún peso que me hunda en el abisal pozo de la angustia. Salí de la silla como si tuviese un resorte en el culo y apreté, sacudí la mano tibia y desganada de Gargano. La retuve entre las mías, subiendo y bajando la cabeza.

--- Está  todo bien – dije. 

Gargano me palmeó la cabeza.

--- Así se habla. Bien ¡Muy bien ruso!  Ahora tu ruta es el escribano del Banco para que te haga el papeleo.

Gargano pegó  un salto.

--- Esperame afuera -- dijo.

--- Si, si Gracias amigo.

El Banco tenía el protocolo para  conductas rebeldes:  el amigo gerente Gargano y el escribano licenciado Bacigalupo, me  cogían alegremente  y yo daba gracias al procedimiento de vejación legal.

Cada día que amanece, el número de tontos nace, crece y se multiplica.

Salí al gran espacio para el público agolpado frente a las treinta cajas con rejas de bronce.  Había gente hasta reventar, todos en movimiento, ocupados en sus cosas y, abrirme paso hasta un asiento de granito, me era imposible sin chocar con uno u otro  con facturas en la mano haciendo cola para pagar.



Era un hormiguero de insectos laboriosos, apiñados en filas separadas por un cordel, vigilados por guardias de seguridad. Escuchaba gritos de una cinta humana a otra y risas. Era un  espacio de puta madre; hacer cola para pagar causaba chistes boludos y alborozo estúpido. Esa gente producía un zumbido de abejas laboriosas para el reinado.


Esperé hasta que los sentidos y cualquier amague de volverme atrás fueron inhibidos y entonces, solo entonces desee terminar rápido y salir de este encierro   y respirar.

Saqué el “Cubo de Rubik”, para el caso sería el método de aquietar la mente, ponerla en caja  y meterla a resolver un puto rompecabezas de lineas de colores.

Me llamó el secretario de Gargano. Tiré el cubo  al bolsillo de la campera y corrí a la puerta. El morral me golpeaba mis costillas.
Un pinche de su madre, me cortaba el paso y Gargano me habló atrás del  tipo.
--- ¡Nikita Artemiev! Está todo arreglado gracias al escribano Bacigalupo que  va hacer lugar en su agenda. Un favor con favor se agradece, no te olvides. Bacigalupo te espera en el estudio a las cuatro con la escritura. Y otra vez te digo ruso: abrite como una flor al mercado,  hoy salvamos la ropa ¿No?... ¿Y mañana, cómo sigue la película? 

Gargano dio vuelta y desapareció en el intestino grueso del Banco.

Cabeceé y  me abrí paso  entre la gente delante de las cajas con rejas de bronce.

Salí al frío de la mañana.
Busqué en el morral los cigarrillos. Me temblaban las manos cuando lo prendí. Quedaban siete:  “¡Mierda! – Dije – Fumé 12 en el paredón del Banco Provincial”.

Y crucé la calle corriendo entre bocinas de autos hasta la plaza de la Independencia.

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