martes, 23 de agosto de 2016

JUNIO 1 - Lunes 10, 6:58 pm

Ciudad del Este: junio, lunes 10; 6:58 pm.




"Junio" es una obra de ficción. Cualquier parecido con nombres, apellidos, circunstancias, situaciones, diálogos es  coincidencia y casualidad.


      Ciudad  del  Este, lunes 10; 6:58 am.

  

"Apuntes de Nikita  Artemiev"


¡Una mañana de mierda!  

Me cagué de frío trotando con mi morral gastado por las calles desde el departamento de mi suegra hasta el banco. Apenas salí a la Avenida Brasil,  puteaba por no venir en el Chevy amarillo. 

No salí en el auto porque me dije que me vendría bien hacer ejercicios matinales y me vendría bien caminar. Un pensamiento  pelotudo, porque   la ventosa y gélida madrugada,  me arrancaba lágrimas  y había dejado de sentir la nariz. Tenía el pelo  y la barba  erizados. 

¡La concha de tu madre Nikita con tus ejercicios matinales!


Llegué al Banco Provincia y me metí en la cola. Después de una hora parado, cambiaba el peso de pierna en pierna, pegado a la pared de granito, entre un puñado de gente asustada, esperanzada o cagada como yo y, todos, obedientes a la hora de pagar y pedir autorización al gerente que te largue unos mangos para salvar el cuello por un día.

Saqué del bolsillo  de la campera inflable colorada el “Cubo de Rubik”:  necesitaba fijar el pensamiento  sobre el rompecabezas de  colores: juntar un color en 3 líneas horizontales y 3 verticales por cada lado... bah, ya se sabe como es. 
Prendí otro pucho.


Tenía las manos amoratadas por el frío y me temblaban, de tal modo que eran inútiles para dar vuelta cada lado del cubo. Por otra parte tenía la mente dispersa girando sobre el motivo del  urgente llamado del banco a que me presente hoy.

Ni bien se abrieron las puertas de hierro, la ordenada fila se rompió y corrimos empujándonos a guardar el sitio en  cola de espera vigilados por cámaras y  la seguridad física de la tropa del banco.

Y acá estoy  ¡Por fin dentro del Provincia! Un monumento a la guita.   Mármoles, granito, columnas talladas,  y pisos espejados. Estoy inmóvil, sentado en un banco de piedra esperando con la boca seca, que me atienda el gerente. 

Para cuando Gargano me llamó,  tenía el culo duro, el cuerpo entumecido y la mente amansada por las  dos horas sin moverme ni para mear, para no perder la posición.

Eran las diez pasadas y había gastado la carga del celular dándole instrucciones a mis dos empleadas de la librería “Pushkin”: Lola, la encargada y su ayudante  “Emilia”.

Entré en la oficina privada y  me senté delante del gerente Gargano. 
Gargano era un amigo de salidas con nuestras  parejas al comienzo de nuestra amistad muchos años atrás: Gargano, con su mujer Betty y yo con la mía, Freuke Ágata. Nuestras divertidas salidas nocturnas se limitaban a morder y masticar alguna vaca tirada a la parrilla, después nos íbamos cantando  al  Viejo Almacén y seguir ladrando con la orquesta de tango local y, siempre,  hablando de pavadas entre café y coñac y,  finalmente, nos  prodigábamos afectuosas despedidas con abrazos y besos, bien entrada la noche.

Estas alegres salidas fueron raleándose a medida que entré en guerra con Freuke hasta que,  cinco años atrás, se terminaron las salidas. Mi pequeño mundo se redujo solamente a Freuke,  el fin del  sexo, el raje de la cama de matrimonio y solo quedó el techo que nos cubría, con los  malos tratos y peleas sin fin.

Gargano  me recibió con un autito de dos centímetros al cual le daba cuerda y la mierdita china hacía ruido, se paraba sobre dos ruedas, daba vueltas y emprendía una veloz carrera en círculos hasta agotarse.  
--- Es un juguetito que me tranquiliza. – dijo con un apretón de mano sin levantarse – No sabes cómo te agradezco el regalo de este escarabajito rojo. Escucho tantos divagues de la gente, que si no tuviese este juguete a cuerda   tendrían que internarme. ¿Qué te parece Nik? -- se rió.

Pensé rápido en algún chiste para entrarle canchero a la entrevista y lo único que tenía para decirle riendo que necesitaba que el Banco me preste unos mangos.

Gargano, muy calmo, le dio cuerda al minúsculo autito sin mirarme,  y se  rió como un bobo mirando como disparaba,  se paraba sobre sus rueditas, caía hacia atrás, se recuperaba y daba vueltas como un trompo.

Gagano, preguntó sin mirar.
--- Nikita ¿Qué te trae por acá?
--- Ustedes me llamaron.  – dije.
Me sequé la nariz, tosí.

Gargano  me miró y sacó una carpeta de las que tenía apiladas a su derecha.
---  Yo no te hubiera llamado – dijo riéndose.
Abrió la carpeta, miró un segundo. 
--- Estas en rojo -- dijo.
--- Siempre estuve en rojo -- dije resentido.
--- Y en rojo vendiste tu casa de William Morris, un Ambassador 69, cuatro hectáreas en Arroyo Chico, creo… creo… si acá está: Freuke Agata solidaria, te levanto un muerto con la parte de una casa heredada en Gral. Monte ¡Acá esta todo! -- dijo.
Le dio unas  palmaditas a la carpeta de mis antecedentes, después me la deslizó sin dejar de  sonreír. 

Recibí el Veraz  como si  fuese de otro cliente del banco y no mí  expediente.
Cabecee  riendo confianzudo.
--- ¿Esta vez, qué puedo hacer? – dije.
Gargano me miró.
--- No se,   decíme Nikita, escucho – dijo.

El gerente volvió a darle cuerda a la mierdita roja.
--- ¿Qué te parece?
Creí que me hablaba del autito a cuerda y lo esperé.
Levantó la cabeza
--- ¿Y? -- dijo. 
Me miró. 
--- ¡Es deuda con el Banco! ¿Te das cuenta que es muy serio?   ¡Estás en el horno boludo! ¿Qué pasó, Nik?
Me encogí de hombros
--- Gastos amigo. Libros, Best Sellers, reposición... compras de stock, el contador, el monotributo, impuestos, servicios y las cuotas  de Freuke y los chicos  ¡Ni gente compra mucho con la tarjeta!
Gargano me miró serio.
--- ¡Muchos gastos, Nikita! El sueldo de dos empleadas ¡Dos empleadas para lo que tenés! …¿Por qué una librería Nikita? ¿Quién lee?


Gargano me tenia agarrado de las bolas, apretaba como un hijo de puta y sonreía.
-- ¿Hablaste con el contador? -- dijo.
---  Dice que es mi problema.
--- Tiene razón ¡Si señor, el contador tiene razón!
Le dio un golpe de atención con la palma sobre el escritorio.
--- Bueno… veamos --  dijo mirándome a los ojos – Hoy, tenés que borrar el rojo de tu cuenta ¡Ese es un problema! Si  hoy no hay solución te quedas sin tarjetas, sin chequeras, sin crédito… fuera del sistema ¡Un nadie sin dignidad!
Los ojos de Gargano brillaron y rió detrás de los bigotes anchos y los anteojos con montura negra.

En el escritorio del banco, Gargano  rodeado de sus pinche empleados,  pareciera decirme que  no entiendía la gravedad de mi caso. 
--- Garantía, necesitas una garantía física ¡Ese es tu problema! -- dijo.
Volvió a clavarme los ojos de búho detrás de los anteojos. 

--- ¿Sirve el Chevy amarillo como garantía? -- dije.

Los ojos de Gargano brillaron y rió detrás de los bigotes anchos y los anteojos con montura negra. 
Se estiró en el sillón.

--- Nikita Artemiev tenés que levantar la vara para tu ambición ¿Por qué no tenes  un Gol Power, un Megane, aunque sea un Clio o un Ford Focus? Mejor aún, vos que andas en la Cultura y el Arte ¿Por qué no un Picasso de Citroën? –  miró a sus empleados calculando el efecto del chiste.

La oficina explotó en una desbordante jarana reprimida: rió el secretario,  la mujer de la izquierda chilló y se tapó la boca, rió el flaco que esperaba con una pila de carpetas, rió la gorda que sacaba fotocopias, rió el tuerto de los mandados, yo reí como un estúpido.

 --- ¡Un Chevy! ¡Seamos serios! – dijo Gargano.

Nos miramos y noté que mi cuerpo se tensó de miedo. Empecé a temblar y probé disimular con un cigarrillo, pero Gargano me hizo un gesto que no se podía fumar en el Banco,  giró el sillón y se puso de costado mirando un punto indefinido de la angosta ventana de vidrio polarizado. 

--- Tenes el terreno con la casita que estás construyendo en la calle Patria Grande de Las Lomas – dijo lentamente sin darse vuelta.

Reaccioné malherido, indignado y  tartamudee con voz ronca.

--- Gargano, el Banco  fue comiéndose pedazos de mi queso poco a poco mientras los miraba impotente ¡Se lo comieron todo! Me dejaron con el culo al aire  ¿Quieren más?
--- No te quejes Nikita, es tu culpa, haces mal las cosas con las consecuencias a la vista. Ahora tenes  que pagar– suspiró el gerente.  
Me dolía la cabeza y me ardía el estomago.
Sin mirarme, Gargano  movía los pulgares en círculos. 
--- ¡Nik, abrite al mercado!

 “¿Qué mierda  es abrite al mercado? ¿Qué dice este boludo?” 

Sentí que las axilas chorreaban un asqueroso jugo pegajoso   ¡Qué íntima vergüenza! Las bolas transpiraban como si estuviese meado y  tenía toda la ropa y los calzoncillos pegados a la piel que exudaba feo. Tenía miedo.

Para salir del ahogo, me sumergí en un estado de borrachera seca: había puesto mi mirada en "Un se supremo"  "Cuando se enderece la economía ahí quiero verte Nikita", me decía. Flotaba envuelto en la autosugestión , me convencí que a corto tiempo lo que el banco me fue quitando lo recuperaría Todo va a estar bien”, pensaba. Me decía que  lo que el banco me arrebató lo volveré a comprar: la casa de William Morris, el Ambassador… le devolveré la parte de Freuke para que me deje de hinchar las pelotas... y el terreno con la construcción de nuestra casa, que hoy la voy a entregar bajo protesta. Pero cuando la recupere construiré un caserón entre árboles frondosos, tendrá piscina, parque con árboles frondosos, monos saltando de rama en rama, flamenco, papagayos  ¡Mierda! me voy a traer a toda la puta selva amazónica  al terreno de Las Lomas. les haría cavar a los negros un lago artificial y echaría un barquito para navegar con  amigos: Whisky en una mano, en la otra un Montecristo de 23 cm y grueso como mi poronga  y vería retozar a mis hijos con todo lo que ahora no les puedo dar. 


Me había perdido en un extraño  universo de oscuros designios y fantasías que quería  terminar de una vez, salirme de tal sensación de sufrimiento y le dije a Gargano "Está bien, ejecuten la casa" Y no tuve que sufrir más y no sentí ningún peso que me hunda en el abisal pozo de la angustia. Salí de la silla como si tuviese un resorte en el culo y apreté, sacudí la mano tibia y desganada de Gargano. La retuve entre las mías, subiendo y bajando la cabeza.

--- Está  todo bien – dije. 

Gargano me palmeó la cabeza.

--- Así se habla. Bien ¡Muy bien ruso!  Ahora tu ruta es el escribano del Banco para que te haga el papeleo.

Gargano pegó  un salto.

--- Esperame afuera -- dijo.

--- Si, si Gracias amigo.

El Banco tenía el protocolo para  conductas rebeldes:  el amigo gerente Gargano y el escribano licenciado Bacigalupo, me  cogían alegremente  y yo daba gracias al procedimiento de vejación legal.

Cada día que amanece, el número de tontos nace, crece y se multiplica.

Salí al gran espacio para el público agolpado frente a las treinta cajas con rejas de bronce.  Había gente hasta reventar, todos en movimiento, ocupados en sus cosas y, abrirme paso hasta un asiento de granito, me era imposible sin chocar con uno u otro  con facturas en la mano haciendo cola para pagar.



Era un hormiguero de insectos laboriosos, apiñados en filas separadas por un cordel, vigilados por guardias de seguridad. Escuchaba gritos de una cinta humana a otra y risas. Era un  espacio de puta madre; hacer cola para pagar causaba chistes boludos y alborozo estúpido. Esa gente producía un zumbido de abejas laboriosas para el reinado.


Esperé hasta que los sentidos y cualquier amague de volverme atrás fueron inhibidos y entonces, solo entonces desee terminar rápido y salir de este encierro   y respirar.

Saqué el “Cubo de Rubik”, para el caso sería el método de aquietar la mente, ponerla en caja  y meterla a resolver un puto rompecabezas de lineas de colores.

Me llamó el secretario de Gargano. Tiré el cubo  al bolsillo de la campera y corrí a la puerta. El morral me golpeaba mis costillas.
Un pinche de su madre, me cortaba el paso y Gargano me habló atrás del  tipo.
--- ¡Nikita Artemiev! Está todo arreglado gracias al escribano Bacigalupo que  va hacer lugar en su agenda. Un favor con favor se agradece, no te olvides. Bacigalupo te espera en el estudio a las cuatro con la escritura. Y otra vez te digo ruso: abrite como una flor al mercado,  hoy salvamos la ropa ¿No?... ¿Y mañana, cómo sigue la película? 

Gargano dio vuelta y desapareció en el intestino grueso del Banco.

Cabeceé y  me abrí paso  entre la gente delante de las cajas con rejas de bronce.

Salí al frío de la mañana.
Busqué en el morral los cigarrillos. Me temblaban las manos cuando lo prendí. Quedaban siete:  “¡Mierda! – Dije – Fumé 12 en el paredón del Banco Provincial”.

Y crucé la calle corriendo entre bocinas de autos hasta la plaza de la Independencia.

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